viernes, 15 de enero de 2010

16-Algunos puntos sobre las íes

La Chispa, número 1, aparecido en La democracia, noviembre de 1991.

“Y he aquí que en la nueva transparencia se han abalanzado a hablar también las bocas más sucias que han servido durante décadas al totalitarismo”.
Alexandr Soljeniţîn, La caída del imperio comunista.

Hace poco tiempo, en un diario de gran tirada, un señor motivado (esperemos) por las buenas intenciones, ha hecho públicos mediante una carta abierta dirigida a nosotros, algunos pensamientos ocasionados por la reorganización del Partido Comunista Rumano. Él ha pronunciado una serie de opiniones no tanto personales como específicas a una entera categoría de consumidores de hechos políticos. Por eso lo llamaremos “el señor X” y nuestra respuesta no se dirige sólo a él, sino a cualquiera de nuestros conciudadanos que piensen igual. Como en nuestra prensa democrática no existe la costumbre de, luego de que se publica una carta abierta, se otorgue espacio también para la réplica, si esta no conviene (entendemos que es una concepción original de democracia) la respuesta ha tardado sin que nosotros quisiéramos.

En consecuencia[1]

El señor X espera que “lo que fue el Partido Comunista Rumano desaparezca en las nieblas de la historia”. Si por Partido Comunista Rumano se entiende aquella cosa que se sentó sobre el país con su trasero ancho, haciendo irrespirable el aire de debajo (he parafraseado al comunista europeo-inglés-húngaro-judío Arthur Koestler), pues bien, esa cosa fue arrojada a las nieblas de la historia por parte de los sublevados de diciembre de 1989. (Aclaramos: la mayoría de los sublevados eran comunistas o de la juventud comunista). Pero esa cosa no es el Partido Comunista Rumano, sino el régimen totalitario.

El señor X repite, en su intervención, una serie de afirmaciones ya hechas clásicas por su incontenida repetición, en nuestra prensa policromática. Este señor afirma que el Partido Comunista es de extrema izquierda. Error. La extrema izquierda no reconoce las reglas del juego político democrático, buscando llegar al poder por medios extralegales. Ahora bien, los partidos comunistas de los países desarrollados han optado hace varias generaciones por los medios de lucha estrictamente legales. No olvidemos también la Hungría de 1956 o la Checoslovaquia de 1968, cuando los comunistas intentaron sacarse de encima la carga del sistema totalitario. Tentativas aplastadas por las orugas de los tanques soviéticos.

Nos acercamos al meollo de la discusión. ¿Cuál es, sin embargo, la esencia del Partido Comunista? No sé de ningún intento de aclarar el problema. En la aldea de mis abuelos, hace medio siglo, los campesinos usaban entre otras malas palabras la fórmula “¡…de tu madre, de borchovique!” Qué tipo de demonios eran los borchoviques no se podía saber, de todos modos, eran, tal vez, bastante negros… Siempre he creído que un intelectual debe discutir a otro nivel que un campesino analfabeto. Confieso que todavía soy prisionero de esta convicción.

Para nosotros, la esencia del Partido Comunista es que defiende los intereses de la mayoría, en la historia siempre engañados, siempre burlados, siempre traicionados. En cuanto a la “ideología marxista-leninista”, tan a menudo invocada, pero tan poco conocida, propongo analizarla sólo en base a los textos. Discusión para nada simple, porque en los últimos diez años el marxismo ha sido completamente eliminado de los manuales escolares, por lo que ha quedado prácticamente desconocido para el gran público. De que así es, se puede convencer cualquiera de nuestros lectores, a quienes les pedimos que nombre ahora, en el instante en que lee estos renglones, a elección, tres títulos de libros firmados por Marx, Engels, Lenin, Gramsci, o Lucreţiu Pătrăşcanu. Si no lo logra, cosa excusable, confirmará el hecho de que el marxismo ha permanecido desconocido al gran público. Cosa para nada fortuita, pues, aunque formalmente legítima, en realidad la ideología contradecía de modo flagrante la práctica del régimen totalitario.

Llega ahora el turno del error más consistente de la intervención del señor Faur. Él habla de los “crímenes y abusos cometidos por el Partido Comunista Rumano”, y, a modo de corolario, de la necesidad de su autodisolución. De este modo, sin darse cuenta, retoma una vieja tesis de la propaganda de la época, esperamos, pasada: la unidad monolítica del Partido Comunista Rumano, su voluntad única. E impersonal. El partido hacía, el partido arreglaba, el partido pedía, el partido no podía permitir… En realidad eran unas pocas personas las que dictaban, según les daba la gana. La punta de la pirámide escapaba por completo del control del partido, estando a menudo en evidente contradicción con las normas de base de éste. En base a los Estatutos del Partido Comunista Rumano, ¡la mayor parte de su conducción debía ser excluida del partido!

¿Cómo ha sido posible esta ruptura? El problema de fondo son los cientos de miles de colaboracionistas del régimen totalitario, hombres sin creencia, sin patria, sin ningún resto de columna vertebral; “lactantes de edad / capaces de cualquier ebriedad”, como los llamaba un remarcable poeta, compañero de generación (hacia quien guardo una entrañable estima, no importa que sea miembro fundador del P.A.C.). Pues bien, los cientos de miles de colaboracionistas sin los cuales no habría sido posible ninguna de las porquerías que se nos han hecho a todos abandonaron el partido en cuanto se enteraron de que ya no tienen acceso al asado y de sus filas se ha reclutado el 90% de los anticomunistas de hoy. Simple: escupen donde lamieron y lamen donde escupieron. ¿Vergüenza? ¿Qué es eso? A ellos está dirigido el citado de Soljeniţîn con el que hemos empezado.

Si creyéramos los cuentos sobre la unidad del partido en torno a su conducción, cuentos que conducen lógicamente a la responsabilización colectiva y a la necesidad de la autodisolución, ¿por qué no creer también la segunda parte del cuento, la de la unidad monolítica del pueblo en torno al partido? Lo cual impondría como solución la autodisolución del pueblo…

Propongo que conservemos la seriedad. Ha llegado el momento de liberarnos de los fantasmas del totalitarismo.

Intentemos hacer una breve excursión por la historia, útil, creo, en la niebla del momento actual. En 1789 el pueblo se rebeló contra la dictadura real, instaurando el orden republicano. Dos eran las categorías sociales odiadas (¡y vaya odio!) por los revolucionarios radicales: los aristócratas y los sacerdotes. Es conocido el aliento de colgar a unos con los intestinos de los otros. En su odio contra los clérigos, se perdió rápidamente la medida y los acontecimientos dieron un giro anticristiano. ¿Qué eran los cristianos? Una banda de ladrones, mentirosos, parásitos, complotistas, mujeriegos, asesinos. Y Cristo, su odioso teórico. (Y de verdad, ¿se han hecho jamás en nombre de una creencia tantos crímenes como los que se hicieron en nombre de Cristo?) En la vorágine de la revolución nadie se detenía a juzgar.

¡Abajo! ¡A la guillotina!

Los años pasaron, y la furia anticristiana se ha apagado. Luego de unos años Francia regresó al cristianismo. Porque Francia era cristiana.

Pues bien, los pueblos del Este de Europa son comunistas. El regreso al gobierno de los partidos comunistas (más allá de los nombres que lleven) es cosa de dos o tres legislaturas. Y no se trata del regreso de la dictadura política, con todo su cortejo de humillaciones, como irresponsablemente pronostican unos conciudadanos no liberados todavía de los fantasmas del pensamiento totalitario. Va a ser simplemente una sociedad de acuerdo con los valores del siglo XX.

Concluimos deteniéndonos un instante en algunas exhortaciones de un ruso tempestuoso, anticomunista de toda la vida:

“No está permitido dar rienda suelta a la presión de la propiedad privada y al egoísmo” … “el precio de nuestra salida del comunismo no debe ser nuestra venta esclavizadora a los capitalistas extranjeros… porque nos vamos a transformar en una colonia” … “que no caiga la tierra en manos de los especuladores” … “hay que limitar con firmeza las concentraciones disparatadas de capital”. ¿No les parece un poco comunista nuestro anticomunismo? Su nombre es Alexandr Isaievici Soljeniţîn.
________________________________________

[1] En una versión en manuscrito (tal vez la que fuera enviada a La verdad, que no fue publicada) el artículo empezaba así, sin preámbulo: “En La verdad del jueves 19 de septiembre de 1991 el señor Simion Faur, en cuyas buenas intenciones confío de todo corazón, hace públicos algunos pensamientos ocasionados por la reorganización del Partido Comunista Rumano. Los aspectos tratados por él no son totalmente legítimos, aún cuando están mal planteados.” N. de la ed. Planeta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario